De sirenas sin cola y tiburones desdentados...

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Esa noche en la playa mientras todos dormían y me quedé en vela dizque a causa del insomnio, mentí. En realidad esperaba que la nocturnidad y el mar se aliaran para darnos cita, que de pronto tú, tentado no solo por el oleaje y la brisa cantarina, salieras a hacerle cosquillas a la arena con tus pisadas y me encontraras allí frente a la orilla tomando un baño de luna al tiempo que las estrellas se desparramaban sobre nuestras cabezas. Esperaba quizá oír a mi espalda tu voz sibilante (para no asustar a nadie), el roce de tu cercanía a medio vestir desnudándome también las ganas de impactar con mi boca más allá de tus labios. Esperaba que la soledad nos cubriera con su manto otorgándonos algo de intimidad y tener tus ojos oscuros ofreciéndome un paisaje en el que solo brillase mi silueta. Pero no. Me quedé oteando la distancia, el horizonte sombrío y descompuesto, en tanto que las olas salpicaban incertidumbres en mi rostro y en el tuyo, allá paredes adentro, se balanceaba el sueño entre tus párpados cerrados.
Luego me enteré de que el frío o tu cobardía te hicieron fingirte dormido. Yo estaba más libre de lo que quería y tú, encerrado tras puertas...
No fue el insomnio. Fueron las ansias de que aparecieras para jugar como tontos, en la orilla y a la luz de los astros más nobles, a la sirena que seduce al viajero y al tiburón que, sin delatar del todo sus intenciones, se come a su presa...
— ¿Te acuerdas de aquel viaje?
— ¿Cuál?
—El que hicimos al final del curso a aquella isla. Nunca tenías sueño por las noches, salías a sentarse frente al mar y yo no podía dormir pensándote sola allá afuera; entonces me escabullía a vigilarte en mitad de las sombras. Para ese tiempo estábamos desarrollando el proyecto del cambio climático y habían levantado alerta por huracán. Supuse que eso te tenía intranquila, aún así parecías suicida yendo cada noche a retar a las aguas desde la orilla. A los demás aquello les parecía una completa insensatez y te llamaban “sirena” entre bromas. Según ellos jurabas que al diluviar te saldría cola, de allí que prefirieras quedarte a la intemperie. Todos estábamos igual de asustados porque desconocíamos qué tan graves eran las amenazas de tormenta y reír de cualquier cosa nos relajaba los nervios. Por fortuna fueron puros rumores, o de lo contrario nos habríamos visto evacuando de emergencia la isla. De tanto espiarte durante tus escapadas, uno de los chicos me puso el apodo de “tiburón”, ya entenderás de dónde salió el comentario por el cual siempre levantabas las cejas con curiosidad, ese que me aludía, también entre bromas, como un mal depredador por rondar demasiado a la presa sin acabar de devorármela. El problema era que la presa nunca fuiste tú, sino yo... todo hecho un embrollo mientras, por contra, miraba tus cabellos desenredarse en el viento. Te aseguro estar tentado de acercarme con cualquier excusa solo para verlos bailar entre mis dedos y disfrutar de más cerca del contraste de la luz nocturna sobre tu piel, pero no sé por cuál razón di por sentado que mi compañía te molestaría. Lo confirmé esa última noche cuando de pronto volteaste desde la arena para otear la oscuridad con hastío, tal si algo te hubiera incordiado. Al verte poner de pie dispuesta a regresar, me apresuré en llegar antes que tú a la cabaña, no fuera a ser que sospecharas de... En fin, justo cerré los ojos se abrió la puerta, entraste y susurraste “cobarde” antes de acostarte. Salvo nosotros, no había nadie más despierto. Al día siguiente y los posteriores a ese no nos vimos... Desde entonces no paro de preguntarme si te referías a mí.
Se hace el silencio, la chica sube las cejas con curiosidad... No, con sorpresa. De nuevo se queda oteando la distancia, el horizonte sombrío y descompuesto, mas esta vez no hay olas que salpiquen incertidumbres en su rostro. Piensa, en oposición a sus primeros pensamientos, en que después de todo sí jugaron como tontos a sirenas, viajeros, tiburones y otros cuentos. Se le escapa un “cobarde” en plural de los labios y luego suelta sibilante dejando al chico desconcertado:
—No era insomnio...







4 comentarios:

  1. Ay, madre! Tantas historias apasionadas se han quedado así, en ciernes… Mi padre siempre me decía, “ve siempre a por el sí, porque el no ya lo tienes”, y aún a pesar del sabio consejo, alguna vez pequé de cobardía, ja ja. Claro que, mientras uno tenga dientes… El problema es cuando se juntan dos cobardes, porque entonces no hay contienda. Quizás por eso, quiero romper aquí una lanza en favor del chico porque, mientras ella piensa en su mentira, él se atreve a verbalizar su cobardía para quedar, en último término, desconcertado por el plural… Claro que, también debería haber sabido, sobre todo cuando tooodo el mundo lo tenía claro (no en vano el apodo)

    Por cierto, me ha encantado eso de hacerle cosquillas a la arena con las pisadas, ja, ja

    Un fuerte abrazo, Fritzy

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    1. Jajaja, les habrá faltado quien les diera el consejo o ambos eran unos desdentados. ¡Muchísimas gracias, Isidoro! Digamos que a los del texto les pesaba más la confirmación de una posible negativa que mantenerse en la ignorancia. Aunque a mi parecer, más que valor, les faltó estímulo.
      Yo no romperé lanzas en favor de ninguno, no vaya a ser que se me rebelen los personajes, jaja; lo que sí diré es que el chico, pese al apodo, solo conocía la mitad de la información: que acechaba a la chica, mas no que la chica quisiera ser acechada.¡Un abrazote! ;)

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  2. De entrada el título me encanta. Todos hemos sido alguna vez una sirena sin cola o un tiburón desdentado, por timidez, por miedo al rechazo, por lo que sea...
    Tu joven pareja me produce ternura, seguro que la vida se encargó de ellos dotándolos de más arrojo, a la sirena le devolvió sus dientes, y al tiburón, su cola (o al revés, lo que viene a ser lo mismo... acechado o acechada)
    Un beso Fritzy

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    1. Jajaj, cierto. Y más con tanto mar por nadar.
      Llevas razón también con aquello de que, acechado o acechada, no importa quién lleve la cola o los dientes, lo que sí es que no carezca cada cual de ambas cosas, porque si no... ¡Imagínate!
      Besos también para ti, Tara! ;)

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